miércoles, 13 de diciembre de 2006

LAS SANTAS DEL ENCIERRO



Santa Mónica: “Puertas abiertas a la comunidad”

Paredes verde petróleo rematadas con espirales de púas, cual corona de Cristo, dan tétrica bienvenida; y el golpe grave de una puerta metálica, hace eco en las mentes de las personas que frente a ese lugar, se preguntan una y otra vez qué hizo posible el encierro de sus madres, hermanas, hijas o amigas.
Domingo, nueve de la mañana, y la incertidumbre cala el pensamiento al igual que el frío en el cuerpo; es día de visita de mujeres y son muchas de ellas las que, detrás de una ligera cortina que inútilmente trata de brindar privacidad, se transforman en cuerpos tiritantes que cambian, con pago previo de dos soles, el pantalón por falda y las zapatillas por sandalias; al interior de algo que en una esquina, se hace llamar vestidor.
Con el atuendo exigido y DNI en mano, una a una se van sumando a la fila que a aún es corta. “¡Estiren brazos!”… y la guardia ha convertido a todas en simples números. CONFORME, es la palabra que imprime el sello en la piel, pero los rostros de silencio, amargura y miedo, contradicen lo enunciado por la tinta y entonan un grito desesperado que se plasma en miradas de desconfianza.
Los vendedores insisten ofreciendo sus productos y brindando recomendaciones a aquellas que por primera vez acuden a este lugar. “Hay tres horarios de salida: a la una, tres y cinco de la tarde”. “Gaseosas negras no entran, papayas, melones, piñas y granadillas tampoco…no, no amiguita, la leche en polvo no pasa, te pueden acusar de trula”.
El paso apurado inicia el ingreso; los hombres quedan afuera, esperando y tal vez recordando que ellos pasaron por lo mismo el día anterior; el ruido de la calle se pierde, la puerta se ha cerrado.

Revisión de la intimidad

La luz se esconde y pierde en la oscuridad del recinto, veinte personas se encuentran en un espacio pequeño donde, en dos filas apiñadas, permanecen a merced de una mujer enormemente morena. “¡La siguiente!”, grita con resonancia, y cual perro policía, pasea su olfato y gusto por cualquier prenda de vestir, alimento o bebida. Su expresión es aterradoramente seria y solo dibuja una sonrisa cínica cuando encuentra algo que le agrade. “Lo siento, esto no pasa…se queda aquí”.
Frente a una mesa, una voz seca y afónica interroga indiferente: “¿presa, pabellón, parentesco?”, y en un segundo el DNI es reemplazado por un nuevo sello, ahora en el brazo izquierdo, donde un número de tres cifras y las letras A o B preparan a las visitas para cruzar un nuevo umbral.
La revisión corporal ha iniciado, “¡Quítese la chompa, levántese el polo!”; y entre dos paredes; lo que es solo para el espejo en las mañanas queda expuesto a los ojos de una extraña, que pasea bruscamente sus manos por el pecho, para descender luego a las caderas, obligando a levantar faldas y coronando así la vergüenza.
Un nuevo espacio despejado se abre después de la oscuridad y con bolsas en mano, todas las mujeres se encaminan hacia un pasadizo, donde una guardia con expresión de aburrimiento, exclama: “¡Brazos!”, y luego de un oxidado sonido de bisagras y desabrido mascar de chicle, abre las rejas y permite el ingreso al patio de visita.

MUJERES

Ludly, la recién llegada

Sentada en una mesa pequeña que ha alquilado por cinco soles y bajo el cielo gris, la señora Catalina espera a su hija. Al verla salir de la capilla, le hace señas para que la ubique; la joven de 23 años, luego de persignarse frente a un Cristo desgastado en milagros, corre y abraza a su madre, ya que los cinco días transcurridos desde la noche en que la trajeron al penal han sido una eternidad.
“Nos despiertan a las seis y media, pero yo me levanto a las cinco para no pelearme con nadie en las duchas. Mi pabellón es el B, porque aún estoy en proceso, pero hay otros dos pabellones, uno de sentenciadas y otro de trasladadas. ¿Te explicó eso el abogado? Duermo en el suelo, porque en mi cuarto los camarotes están todos ocupados, somos diez y cuando…Mamá, no llores…ma…”.
Ambas rompen en llanto y es que mientras Ludly trataba de hablar de su situación, como si de un viaje se tratara…su madre no era capaz de cerrar los ojos a la realidad, recordaba el día de la graduación de su hija en la carrera de Economía, y también hacía memoria del día en que tomó la decisión de venir de Trujillo a Lima para trabajar en una agencia de aduanas, donde los malos pasos de su jefe la trajeron a este lugar, catalogándola de estafadora.

Las españolas

Pasean por el patio saturado de gente, haciendo gala de su buena ropa y de su belleza, gritando al resto de reclusas que ellas no son del montón y que, gracias al dinero enviado por “su Embajada”, pueden dormir en cuartos en los que el hacinamiento no existe y donde las pertenencias no se “extraviarán”.
Sin embargo, detrás de sus risas escandalosas y acento inconfundible, esconden la tristeza de no recibir más que la visita de sus abogados una vez a la semana, además de ocultar la melancolía de comunicarse con sus familiares únicamente por llamadas de larga distancia; y tratando de permanecer unidas todo el tiempo, conversan; añoran los días de sol y paella en España… y con desenfadados besos en la boca, además de varios “Te amo”, intentan olvidar el día en que por unos cuantos dólares aceptaron llevar cocaína a su país.

“Chancaca”

Una mujer de aspecto frágil y unos 56 años, a la que llaman “Chancaca” por el color de su piel, se pasea incesante, ingresa en los pabellones donde la luz y el aire no llegan; se enreda en la telaraña de ropa del patio principal, y es expulsada de con gritos y golpes inclementes de otras reclusas, las causa: haber tirado al piso la jornada de lavado de más de tres horas.
Nadie ha venido a visitarla, pero ella parece no ser conciente de ello; habla con las paredes y toca las puertas de los salones de talleres, de donde espera salga alguien que le de razón de sus hijos. Lamentablemente, nadie dice nada, y es que si una incauta se atreve a explicarle por qué sus hijos están muertos, Chancaca rompe en llanto y arremete violentamente contra la que, por mala suerte, sea su interlocutora.
Su historia es increíble como espeluznante, descuartizó y comió trozos de los cuerpos de sus cuatro hijos, todo por culpa de un esposo que la abandonó. La sentenciaron por asesinato y la trajeron a Santa Mónica. Hace algunos días la trasladaron a “Larco Herrera”, pero escapándose de ahí, después de dos días, regresó al penal. “¡Déjenme entrar a mi casa!”, gritó desesperada por más de tres horas. Las autoridades cedieron irresponsablemente y Chancaca, sigue caminando por ahí.

LA DESPEDIDA

Las cinco de la tarde, el viento amenaza con una futura garúa y las mesas donde se iniciaron las conversaciones empiezan a quedar vacías. Los abrazos se hacen infinitos, hasta que el silbatazo de una de las uniformadas indica que debe formarse la fila de salida.
La oportunidad de hablar por alguno de los 24 teléfonos es batallada con mayor insistencia por las 1200 reclusas; ya que después del horario de visita no los podrán usar otra vez hasta el próximo día domingo. Algunas se apresuran a guardar lo que les ha sido entregado por sus visitantes, así como carteras o dulces que estaban a la venta.
La puerta se abre. Besos al aire, gritos de “¡Cuídate!” y “¡Te quiero!” golpean los oídos de todas. “¡Brazos!”, indica nuevamente la centinela; y las extremidades selladas son la clave para salir.
Detrás de las rejas, muchas internas se agolpan para dar una última mirada a sus familiares. Una madre canta a la distancia para hacer que su hijo la deleite con un inocente y torpe baile y luego, cuando éste desaparece de su vista, rompe en llanto.
Las mujeres libres avanzan y en la sala oscura, ya no habrá revisiones. Las conversaciones se dan, ya no hay desconfianza. El DNI es devuelto, pero los recuerdos parecen solo prestados. La puerta abre el regreso a la urbe; y en la pared, antes de salir, un pedazo de papel amarillento y rasgado enuncia: “Pueden encerrar tu cuerpo, más tu mente es propiedad de la libertad. Solo Dios nos hará libres”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta tu tema y como escribes, como se les puede ayudar a estas mujeres, para ligerar su carga, si tienes alguna idea contactame please

Anónimo dijo...

Me llamo Tamy, no tengo a nadie en prision ni estuve nunca en una, y tampoco puedo imaginar que se siente ni como es, pero les aseguro que de sobra se ve lo frio lo humillante que aveces puede ser, no hay que darse cuenta que la carcel es el peor lugar para vivir años de tu vida o traer al mundo a un hijo. siento mucho todo lo que pueden pasar ahi, mucha gente inocente mucha gente culpable penas que deben pagar justa o injustamente, algo que se deba hacer si pero quien? quien manda ahi nadie eso es tierra de nadie!, siempre quize ayudar alguien y esa es mi intencion quisiera saber si hay alguna manera de contactarme con alguien que me diga como ayudar hace poco escuche el caso de una mujer ecuatoreña que tiene una hija y la perdera pronto quiero comunicarme con ella, ayudarla, por favor si saben de alguna forma o persona que me pueda contactar con ella estare muy agradecida, no lo hago xq quiero ganarme un pedazo de cielo ni x lo que dira la gente lo hago xq me impulsa el corazon, pude haber estado yo alli pero no y debo ayudarla! cualquier informacion mi mail es tamy_oxa@hotmail.com se los agradecere infinitamente