miércoles, 13 de diciembre de 2006

GENERACIÓN PERDIDA

Una visión real - pesimista de la actual juventud peruana

En el Perú, se habla de generaciones luchadoras. Las de próceres y precursores forjados en la Universidad de San Marcos o en el Convictorio de San Carlos; y que mediante publicaciones como el Mercurio Peruano en manos de un joven Hipólito Unanue, con verbo apasionado, lograron mover la conciencia de miles de peruanos que esperaban una República.
Generaciones que junto a Ramón Castilla decidieron quitar el yugo de la esclavitud a la comunidad negra. Generaciones que durante la guerra con Chile se alzaron en armas y lucharon con apenas 13 ó 14 años en la Batalla de Miraflores, adolescentes que tomaron piedras en sus manos y se enfrentaron sin temor a los fusiles del enemigo chileno.
Jóvenes trabajadores que frente a una república aristocrática y explotadora, lucharon por la jornada de las ocho horas de trabajo y multitudes que encabezadas por Mariátegui, con el estandarte del socialismo en las manos, buscaron reivindicar a las clases populares y relegadas por siempre.
Así, también surgieron partidos en épocas de antaño, con ideologías claras, motivaciones, fundamentos y acciones positivamente palpables a los miembros de la sociedad. Sin embargo, pareciera que a partir del año 70 hubo un punto de quiebre. Se perdió el rumbo.
De manera totalmente confundida y errónea, se forjaron grupos que buscaban la igualdad social; y siguiendo un camino equivocado de violencia y destrucción, surgieron Sendero Luminoso y el MRTA ante la incapacidad de la clase política para solucionar las injusticias y carencias del pueblo. Era el principio de la enfermedad.
En medio de una época convulsa, de hiperinflación, de coches bomba, de inseguridad, y con una etapa posterior de manipulación de medios, de televisión basura, de dictadura, de corrupción que explotó en forma desvergonzada en el primer vladivideo y con una marcha de los cuatro suyos que resultó otra hipócrita manifestación, única para el logro del poder…

Con todo ese contexto de intereses, entre voces de democracia y pequeños grupos que ya ni saben exactamente contra quién y por qué protestan, los niños que para inicios de los ochenta recién veían las luces de esta patria - o quizás lo oscuro de la realidad peruana por los apagones – crecieron en medio del desconcierto y a merced del terror que transmitían los periódicos, radio y la “caja boba”.
Esa generación que ahora tiene aproximadamente 20 años, poco más, poco menos, tiene un halo gris sobre sus hombros. Parece una generación perdida, en espera constante; una generación que no tiene fuerzas para gritar, autista después de haber visto tanto horror, jóvenes que ya no tienen voluntad.
Todos parecen inmersos en sus propios intereses y se han dejado deprimir por las enfermedades más severas de una sociedad. La pobreza los ha orillado a convertirse en trabajadores mediocres, explotados y algunos se han visto inmersos en el mundo de la delincuencia por la misma necesidad.
Los pocos que han estudiado alguna carrera no se ven recompensados, ya no son los intelectuales, la calidad de la educación en el país no es la mejor y cuando se quiere reclamar, ya no hay voces como antes, no hay líderes; todos gritan en contra del SISTEMA como autómatas, y cuando los cuestionan, no saben cómo responder.
Generación carente de un verdadero concepto de amor, que ha caído en la promiscuidad de muchas noches con distinta piel, fenómeno alimentado por una morbosa exposición al concepto de sexo desinhibido, donde la mujer se engaña con una errónea idea de liberación e igualdad y donde el hombre cree que ella es solo objeto para su satisfacción.
Jóvenes que son padres, prácticamente niños educando a otros niños. Jóvenes trastornados que no desean responsabilidades y que frente a un problema solo ven como solución la muerte; se someten a abortos o se convierten en asesinos en peleas callejeras, generación de deprimidos que a partir de los 11 años toman la desesperada decisión del suicidio.
Grupo que busca la evasión, que en el alcohol y las drogas ha encontrado la solución a la realidad que no desean ver. Jóvenes que viven solo para el momento, que sienten que la vida son tan solo instantes, periodos de tiempo de prefabricada felicidad, envueltas en pastillas o esparcidas como polvo, que desencadenan en aliviante alucinación.
Caminan sin rumbo, con alguna idea de la vida, escribiendo, pintando paredes, sacando cuentas, llevando libros bajo sus brazos o solo hambre en sus estómagos. Buscando que los comprendan, escuchando cada día al payaso de la política que pretende engatusarlos y ante el cual ellos solo responden con un ¡bah!
Una juventud a la que muchos no le tienen esperanzas, de la que esperan demasiado y a la que aun no han curado. Un grupo que desea irse del país, viajar a otro lugar donde, aunque las condiciones sean adversas, por lo menos harán el intento de progresar. Hijos de inmigrantes que ahora quieren emigrar.

Generación sometida a la inmediatez y a la superficialidad. A la escasez de tiempo y de dinero, condenada a la soledad del individuo aunque inmerso en el fenómeno de la globalización. Con muchas corrientes que seguir, pero ninguna por acatar. Sin deseos de una patria, sin nación.
Esa es la generación perdida, sin letras que la identifiquen y sin banderas; una generación que vivirá y se hará adulta, que en algún momento tendrá en sus manos, mucho más que hoy, el destino del país. Una generación que verá el surgimiento de otra. Tal vez más aniquilada, tal vez demasiado acelerada.
A los 20 años, los jóvenes peruanos tienen muchos fantasmas y realidades a los que deben enfrentar, algunos enraizados en algún sector más que en otro y otros compartidos entre todos por igual. Es una juventud que a pesar del pesimismo que lleva dentro, en el proceso de hacerse adulta, no desea agonizar, pretende encontrarse así misma y empezar a luchar.

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